Добавлено: Ср Мар 02, 2011 12:51 am Заголовок сообщения:
Este miércoles, en el Coliseo El Campín Raphael: “Yo sigo siendo aquel”_05.05.2009
Monstruo, mito, niño o leyenda, el cantante español ya cumplió 50 años sobre los escenarios, y cada vez está mejor.
Por: Fernando Araújo Vélez
Sólo una vez lo vieron llorar sobre un escenario, pero ni siquiera esa noche su voz se quebró. Cantó “solo, como un traidor me siento solo, solo, como tal vez se encuentre Dios” sentado sobre una escalera, los ojos difusos y el gesto tenso. “Solo, es un infierno el estar solo...”, dijo, y vibró y se perdió en su propia historia de soledades para luego, al final, largarse al trasfondo del teatro mientras el público se rompía las manos y le lanzaba claveles y rosas rojas. Sesenta segundos más tarde estaba de vuelta, con su sonrisa de niño ingenuo y sus venias que parecían decir “gracias, no puedo creer que ustedes me ovacionen de esta forma, gracias mil”. Entonces dio media vuelta, tomó el micrófono de nuevo y cantó una vez más. Y continuó, y cada canción fue, como siempre, una diminuta obra de teatro musicalizada. “Yo sigo siendo aquel”, entonaba. Caminaba de prisa, manoteaba, como si sus pasos le dieran mayor fuerza a sus palabras, que eran explosión y quejido, “yo sigo siendo aquel, a pesar de los años, del tremendo cansancio, yo sigo siendo aquel, eterno caminante, que vive en cualquier parte, y propiedad un poco de todos...”.
Raphael comenzó a ser propiedad un poco de todos casi desde que nació, el 5 de mayo de 1945 en Linares, un pueblito andaluz que por primera vez saldría en las páginas principales de los diarios dos años más tarde porque allí, en su plaza de toros, la tarde del 28 de agosto, un toro mató a Manolete. “No conocí la charla bullanguera de los amigos reunidos en la plaza ni la emoción de perseguir a una muchacha, porque pasé de la niñez a los asuntos”, cantaría 25 años más tarde. Y luego rompería un espejo en cada una de sus presentaciones para gritarle al mundo “prefiero ser así, a ser lo que eres tú, un cuerpo que no tiene corazón, un alma con el frío del cristal”. En medio de sus delirios de amor y desamor, de sus nueve películas y 71 discos, de sus recitales, entrevistas y carcajadas, Raphael siempre les dedicó un espacio a los retratos de su vida sobre un escenario, en ocasiones para preguntarle con rabia los por qués de tanto dolor y tantas privaciones, en otras para decirle, como y con Violeta Parra, “gracias a la vida que me ha dado tanto”.
Agradecido, misterioso, rebelde, ídolo y mito, jamás se presentó en un teatro o estadio para cumplir, muy a pesar de que 41 años atrás, cuando cantó por vez primera en Colombia, ya era consciente de que los empresarios lo manejaban como a un producto. “Una sonrisa mía, mi nombre, mi figura, todo está vendido, nada me pertenece”, decía por aquellos tiempos. Apenas le pertenecieron sus recuerdos, los instantes de pánico que sufrió cuando tuvieron que trasplantarle el hígado, sus obsesiones, como aquella de llegar a los recitales con cinco horas de antelación y sentarse en una mecedora ante la silletería vacía para pensar y concentrarse, o como aquella otra de no permitir mujeres en su camerino por “supersticiones de andaluz”, y más que nada, su pasión por hacer que cada una de sus canciones fuera como la última.
Raphael 50 años después. Coliseo Cubierto El Campín. Mayo 6. 8:00 p.m. Informes en 593 6300 y en www.tuboleta.com
Добавлено: Ср Мар 02, 2011 2:42 am Заголовок сообщения:
RAPHAEL, DÍAS DE DESCANSO JUNTO A NATALIA FIGUEROA_HOLA_21.05.2003
El aspecto del cantante es inmejorable ahora que está disfrutando de unos días de descanso.
Está como un chaval de dieciocho años. Pero no sólo en lo que a la voz se refiere. Su ánimo, su disposición y sus enormes ganas de trabajar, su «otra enfermedad», vuelven a primera línea de salida tras un obligado paréntesis de cuatro meses. El tiempo necesario hasta que, finalmente, llegó el esperado hígado de un anónimo donante. Hombre o mujer, eso nunca lo sabrá el artista. Jamás verá su rostro, pero cada día le sentirá, le recordará y le dará las gracias por seguir adelante. Cuarenta y cinco días apenas han transcurrido desde que fue intervenido, y su recuperación está siendo magnífica. Está como loco por subirse de nuevo a los escenarios. Pero mientras ese momento llega, Raphael y Natalia se han ido a Navarra, al caserío de sus amigos Daniela y Santi Arriazu, en pleno valle del Baztán, en Zuastoi de Azpilkueta, donde han pasado diez días de descanso tomando el aire y el sol y dando largos paseos. Un paréntesis de naturaleza antes de volver a los platós, como el de «La noche abierta», de Pedro Ruiz, o de iniciar esa gira que le aguarda en octubre y que le llevará a Nueva York, Hispanoamérica, Rusia, Australia y Canadá. Un incansable Raphael que contaba todos sus proyectos tras ser dado de alta en el hospital.
Estoy montando cinco cosas a la vez. También ensayo. Lo hago sentado para no cansarme demasiado. Como tengo muchos recursos, porque he aprendido bastante en estos cuarenta años, en vez de usar el diafragma, uso mi voz normal, pero lo que sí estoy notando es, como decía anteriormente, que todas las canciones me vienen bajísimas, así que me tengo que poner de acuerdo con el director de mi nueva grabación, porque todo eso hay que subirlo. Mi voz ha crecido, se nota muy limpia, como la de un chaval de dieciocho años.
El famoso cantante, que pronto regresará a los escenarios, posa mientras hace un alto en su camino.
Raphael tiene que llevar una medicación y una serie de cuidados especiales, aunque no muchos. Así lo explicaba él:
Lo que pasa es que cada día va siendo diferente, porque va siendo más corta, me van quitando cosas a una velocidad tremenda. Es que mi recuperación espera que toco madera está yendo a una rapidez poco corriente. A las seis horas de operarme estaba en un sillón sentado en la UVI y recibí a mi familia. Y al día siguiente me dieron judías con chorizo. Ahora como de todo: mariscos, chuletas de cordero, lo que me pongan por delante. Eso sí, procuro no comer grasas.
El artista se refería también a las claves de su recuperación:
La voluntad y las ganas de vivir, las ganas de que mi carrera continúe, de disfrutar de mi familia, de mis hijos, de eso tan chiquitito que viene en camino, y no me podía perder. Como abuelo, tengo el deber de maleducarla cuando nazca; su madre la educará y yo la maleducaré. Las ganas de volver a mi trabajo, de volver a mis amigos con pasión, yo adoro a mis amigos. Se han portado muy bien, muchos de ellos del mundo del espectáculo, todos son maravillosos y han hecho unas canciones fabulosas para mí. Estoy en contacto con Julio, con Serrat, Sergio Dalma, Rocío, bueno las dos Rocío, Lina Morgan... Estoy encantado.
Un artista lleno de ilusiones y de proyectos que acaba de cumplir sesenta años.
En esa conferencia de prensa a la que hacíamos referencia, Raphael reconocía igualmente que había cambiado como persona.
Cambia muchísimo todo. La forma de pensar ya no es la misma, ves las cosas de diferente manera, le das importancia a lo que tiene importancia y lo demás no te interesa para nada. Y lo que tiene importancia es tu familia, tus amigos, el público, tu trabajo, el bienestar en el mundo, un no rotundo a todas las guerras, a todos los terrorismos, a ser libres y poder decidir de tu vida lo que te dé la gana, que haya muchos donantes. Voy a dedicar parte de mi vida profesional a que haya más donantes, y se va a hacer algo anualmente con la Asociación Nacional de Trasplantes. Sobre todo, se nos tiene que meter en la cabeza que tenemos que prolongar nuestra vida en la vida de los demás.
El cantante hablaba, asimismo, de su otra «enfermedad», por la que no podía dejar todo y dedicarse a su familia.
Mi familia sabe de cuál enfermedad padezco más profundamente, que es mi trabajo. Como Dios parece ser que me ha concedido unos años más de prórroga, pues vamos a meter muchos goles en esta prórroga.
Natalia y sus tres hijos, Jacobo, Manuel y Alejandra, que muy pronto va a ser madre, han sido su mayor punto de apoyo.
Durante todo este tiempo, Raphael no ha perdido el sentido del humor: «El día que lo pierda estaré perdido», y también tuvo palabras llenas de amor y agradecimiento para su esposa, «lo mejor que me ha pasado en esta vida».
Quiero dar públicamente las gracias a mi mujer. Nadie sabe los cuatro meses que ha pasado. Es maravillosa. Así como a mis hijos, a mi yerno y a mi nuera. Se han portado todos de locura. También quiero agradecer a la prensa que haya divulgado esta noticia, ya que puede ayudar a que haya muchos más donantes. España los necesita. Tenemos que prolongar nuestra vida en los demás, por eso ya soy donante de lo poco que tenga sano, pero hay mucha gente que lo tiene todo muy sano, y es bueno que se acuerde de que hay otros que esperan. Quiero dar las gracias a mi médico personal, el doctor Vicente Estrada, que se ha portado durante treinta y cinco años como si fuera mi padre, y él fue quien me puso en las manos de don Enrique.
Y añadía en su lista de agradecimientos:
Gracias a los miles de donantes, en especial a los cuarenta y ocho que se sometieron a las pruebas, entre ellos muchos de mis amigos, aunque al final no hubo necesidad, porque los acontecimientos se precipitaron, ya que me encontraba en una fase muy terminal. Gracias al público por esos miles y miles de mensajes de cariño que me envían a través del fax, de los e-mails, de telegramas, de llamadas, no sólo a nivel de España, sino de todo el mundo. Muchas gracias, de verdad.
Junto a él, Natalia, su «enfermera jefe». El freno de ese ímpetu por volver hasta que se cumplan los plazos previstos. La vigía del artista. El faro de la familia. Ha pasado mucho. Sin una sola queja. Como Jacobo, Manuel y Alejandra, sus hijos. Siempre ha estado Natalia con una sonrisa en los labios, aun cuando el alma no estaba ni mucho menos para una bulería, porque era tiempo de peteneras. Pero todo ya quedó atrás, y hoy la familia Martos es una fiesta por un doble motivo: por un lado, la sensacional recuperación de Raphael, y del otro, la próa llegada de Manuela, el primer nieto del artista. Una auténtica balada de alegría que hasta resuena en los valles de Navarra.
Добавлено: Ср Мар 02, 2011 2:44 am Заголовок сообщения:
REPORTAJE
Raphael cierra el círculo
LUZ SÁNCHEZ-MELLADO
14/12/2008
Fue la primera estrella española global. Inventó su nombre y su sitio. Conoce el triunfo total y la crítica feroz. Ahora celebra medio siglo en escena después de ganarle el pulso a la muerte.
Pruebe a decir estas frases en público. Yo soy aquél. Qué sabe nadie. En carne viva. Escándalo. Seguro que alguien las completa con una estrofa sepultada en su inconsciente. Como la magdalena de Proust. Como el perro de Pavlov. Cada una de las 300 canciones del repertorio de Raphael desencadena una respuesta automática en el imaginario de tres generaciones de españoles.
Con su nombre pasa igual. ¿Raphael? "Un artistazo".
"Un histrión". "Un facha". "El precursor del glam". "Una estrella". "Amanerado". "Único". La reacción espontánea de un puñado de encuestados lo constata. Todos tienen una opinión sobre él. Raphael lo sabe. Pero ni se defiende ni ataca. Vive. Actúa. Y si le preguntan, responde. Por su vida y por su obra. Empezando por el principio. Por 1960.
El chaval tiene 16 años y aún no levanta el metro sesenta y ocho que llegará a medir. Es flaco, gasta flequillo y cara de no haber roto un plato. El cambio de voz le ha jubilado de la escolanía de San Antonio, donde le llevó su madre a los cuatro años. Al director, Esteban de Zegoñal, le bastó escucharle una copla para darle plaza en este colegio capuchino de Madrid. Falín era una bala, siempre castigado. Pero el padre Esteban le salvaba el pellejo.
El mocoso era el divo del coro. A los nueve años fue elegido mejor voz infantil en Salzburgo (Austria). El diploma cuelga en el pisito de Cuatro Caminos donde vive con su familia, emigrada de Linares. El sueldo de ferrallista del padre no llega para dar estudios a cuatro hijos. Por eso tiembla el chico que espera entre cajas del teatro Fuencarral. Hoy examinan a los aspirantes al carné de artista de teatro, circo y variedades. Falín tiene que cantar dos temas. Si aprueba podrá intentar ganarse la vida cantando. Si no, seguirá de aprendiz de sastre. Hay que arrimar el hombro en casa.
-Rafael Martos, a escena.
"Y allí que entré como entro yo en los sitios porque no sé entrar de otra manera. No había abierto aún la boca y oigo: 'Basta, ya se puede ir'. Ni me atreví a protestar. Fue una tragedia griega, chica, pero cuando vi las listas estaba admitido. Cogí mi carné y empecé a cantar por esos pueblos de Dios. Hasta hoy".
Fue años después cuando Rafael Martos Sánchez, Raphael para el mundo, supo por qué le habían aprobado sin oírle. "Yo ya sabía que en aquel jurado estaban monstruos como Antonio el Bailarín o Augusto Algueró padre. Una vez que coincidí con Antonio en México no pude más y le pregunté.
Me soltó: 'Después de la entrada que hiciste, ¿encima querías cantar?'. Cómo entraría, hija mía".
Raphael lo cuenta muerto de risa. Luce unos dientes quizá demasiado blancos y una cabellera quizá demasiado negra para sus 65 años. Vaquero negro, camisa plomo, ultramoderna cazadora de gamuza azul de Armani. Sus eternos botines añaden algún centímetro extra a su figura. Por lo demás, sigue siendo aquel tipo flaco con el flequillo domado a tijera y la cara de niño pugnando por asomar bajo la malla de la edad. Cierto velo en la mirada, cierta melancolía en la voz, cierta serena paciencia ante las cosas delatan sin embargo la huella de medio siglo en escena.
-¿Cómo está? Tiene buen aspecto.
-Bien, gracias. A veces me preguntan que qué me he hecho, que si me he operado.
Me dan ganas de enseñarles el costurón del trasplante y decirles: pues sí, he pasado por el quirófano, ¿te parece poca operación?
Y vuelve a reír. No le faltan razones. El trasplante de hígado que le devolvió la vida hace cinco años no es la pirueta más espectacular de su existencia. La suya es la increíble historia de un niño de posguerra que se empeñó en que la gente se sentara a oírle cantar y lo logró. La fábula del hijo de un obrero andaluz que se casó con la nieta del conde de Romanones. La hazaña de un analfabeto en mercadotecnia que convirtió su nombre en marca y en una máquina de hacer dinero antes de cumplir los 25. Un tipo que llenaba teatros de Moscú a Bakú cuando los españoles tenían prohibido viajar a la Unión Soviética. Que ponía boca abajo el Zócalo de México DF antes de que Julio Iglesias cogiera un micrófono. La primera estrella latina global mucho antes de que a Alejandro Sanz, Shakira, Luis Miguel, Ricky Martin o Juanes les salieran los dientes. Más de cincuenta millones de discos vendidos le avalan.
También fue el niño bonito del franquismo. El chico moderno del No-Do. La estrella de la función de Navidad del teatro Calderón en honor de la esposa del dictador. El propio Franco le confesó una vez que disfrutaba de la épica de sus melodías. Pinochet, Somoza o Videla le agasajaban. Él se dejaba querer. Mientras otros artistas empezaban a levantar la voz contra el régimen, él limitó su rebeldía a las letras de las soberbias canciones que le cortaba a medida Manuel Alejandro, su compositor de cabecera. Encendidas crónicas de amores imposibles, pasiones desatadas, congoja, despecho, habladurías de la sociedad.
Esas de las que él no se libró nunca y que tronaron al cambiar las tornas políticas. En la Transición, la combinación de su exuberante puesta en escena y su inefable estilo inspiraron a imitadores de todo pelaje y exacerbaron chismes sobre su supuesta ambigüedad sexual. La nueva cultura oficial no contaba con el Niño de Linares y los colegas -con los que nunca hizo piña ni causa común- tampoco parecían echarle en falta. Raphael no dijo nada. Trasladó su cuartel general a Miami. Matriculó a sus tres hijos en el mejor colegio. Dejó la intendencia en manos de Natalia y se dedicó a cantar por el mundo y volver a casa por Navidad con El tamborilero como visado al corazón de sus paisanos.
Los noventa fueron su revancha. El éxito de Escándalo y la apasionada reivindicación de su figura por parte de posmodernos como Alaska o Bunbury le devuelven al candelero. Ya no lo dejará. Tras su enfermedad, el nuevo Raphael vuelve decidido a celebrar la vida y a que nada ni nadie le amarguen la fiesta.
Este verano casó a su hijo Manuel con Amelia, hija de su amigo el presidente socialista del Congreso, José Bono. El banquete fue un poema. Grandes de España, políticos de izquierda y derecha y una variopinta fauna de artistas bailando en la pista. Ahora festeja sus bodas de oro con un disco insólito. En Raphael: 50 años después, une su voz a la de algunos santones del antifranquismo -Serrat, Sabina, Víctor y Ana, Miguel Ríos- y algunas estrellas latinas -Alejandro Sanz, Juanes, Bisbal- del siglo XXI. Rafael Martos parece estar en paz con todo el mundo. Con él el primero.
-Ha cumplido 65 años y anuncia una gira mundial para 2009 ¿no piensa jubilarse?
-Nunca. Necesito el escenario. Si un día estoy a las ocho de la noche en casa, digo: qué hago yo aquí, tenía que estar cantando.
-En último disco canta con ellos temas de Serrat, Sabina o Víctor Manuel. ¿Es una especie de reconciliación mutua?
-No, porque nunca hubo pelea. Son compañeros de toda la vida. Les admiro y respeto desde siempre y eso es recíproco. Lo sé. Lo siento. Y el resto me importa un carajo.
-¿Siente que se le pasó factura en la Transición por su supuesto pasado franquista?
-Sí [rotundo]. Ciertas personas no se portaron bien. Pero eso duró tres meses, o tres años, no llevé la cuenta. No soy rencoroso y, además, yo tenía el mundo. Me fui a México y fue la pera. Ahora todos esos se portan muy bien. Se han dado cuenta de que yo hice entonces lo que hicieron todos... estar.
-¿Fue usted adicto a la dictadura?
-Pero, chica, ¿qué adicción? No he sido nunca adicto a nada ni a nadie. Me he dedicado siempre a trabajar y me tocó vivir eso. Todos los de mi edad vivieron con eso. Unos protestando y otros callando, qué voy a hacer, no es mi oficio. El ser humano evoluciona y ya no pienso como a los 20 años. Me llamaban para actuar y aceptaba, qué iba a hacer. Además, encantado, porque sólo llamaban a los mejores. Pero de eso a lo otro, nada.
-¿Sabe que se especula acerca de su orientación sexual?
-Sí, supongo. Alguna vez me llamaron maricón y eso queda. Yo sé muy bien lo que soy, en mi casa también se sabe, y punto.
-También es usted un icono gay.
-Lo sé. Halaga mi vanidad. Suele ser gente con un sentido del arte excepcional, sensible, especial. No son cualquiera. Gustarles es un punto a favor, terreno ganado.
La secuencia es literal. Raphael no escurre el bulto. "Aquí me tienes, esto es lo que hay", dijo cuando se le propuso la entrevista. Y aquí está, en efecto. Parece relajado. Alaba el gusto a quien ha elegido la música -"Mina, el catecismo"-, se calienta las manos -"soy muy friolero"- con un descafeinado y pide un Gelocatil para la jaqueca. No hay.
¿Le sirve un Ibuprofeno?
"No, San Enrique sólo me deja tomar paracetamol, y yo estoy a sus órdenes por la cuenta que me trae". Luego explicará las razones de esa devoción.
"Maestro, aquí le traigo a este chico mío que quiere ser cantante". Rafaela Sánchez llevó a su hijo Falín al estudio de don Manuel Gordillo. El célebre compositor sevillano desbravaba a folclóricas en un piso de La Latina. El chaval de los bombachos le dijo una copla y ya no salió. "Venía a ensayar y se quedaba escuchando al resto o viendo la tele porque él no tenía, era el niño de la casa", recuerda Paco Gordillo, de 78 años, ex manager de Raphael.
El hijo del maestro era un estudiante de agrónomos que no pisaba la facultad. Le iba más el artisteo del negocio familiar. "Me hablaron de un chico que componía muy bien. Un tal Manuel Alejandro, que actuaba en pub de la calle Ballesta. Fui y me tocó tres temas: Te voy a contar mi vida, Inmensidad y Precisamente tú. Le llevé a mi padre y le contrató. Cuando oí a Rafalito cantar con Manolo al piano dije: 'A éste, o lo sacan a hombros o a tomatazos. Era único. No se parecía a nadie".
Nace el trío Alejandro-Gordillo-Martos. Manolo compone, Paco contrata, El Niño actúa. El Festival de Benidorm de 1962 -el propio Raphael se cortó el traje de marras- es su primer triunfo. Una discográfica se interesa por el novel. De camino a la audición, Rafalito ve la luz. "En el letrero ponía Philips, pero se leía filips. Pensé que la ph haría mi nombre original, sin apellido. Desde entonces soy Raphael, para gran cabreo de mi padre. Unos artistas se dejan marquetear, otros se marquetean solos. Yo soy de los segundos", advierte.
Raphael -"un talento natural fuera de serie", según Gordillo- nunca anduvo falto de autoestima. A los 20 años ya tenía plena confianza en sus posibilidades. "La compañía le ofreció 3.000 pesetas o el 5% de royalties y él cogió el porcentaje", recuerda el manager. Además de su nombre, el debutante se hizo su hueco. "No era un folclórico, ni un crooner, ni un yeyé. Yo era yo, y no tenía sitio. Quería que la gente me escuchara sentada y no bailando, que era lo habitual. Mi lugar me lo inventé yo". En 1965, con las tablas de "la gira del hambre", un épico rosario de actuaciones por el país ganándose al pú¬blico butaca a butaca, Raphael debuta en el teatro de la Zarzuela de Madrid. El concierto -gestado por el zorro Gordillo, que le vendió entrada hasta a su padre- dio la campanada. El público escuchó sentado. Sólo se levantó al final, en una ovación tan larga que le dio tiempo al empresario a ir a comprar cava para celebrar un éxito por el que nadie apostaba.
El producto Raphael vende. Un joven formal, guapo de cara, con un chorro de voz y estilo. Ni tan racial como Manolo Escobar. Ni tan exótico como Gardel. Ni tan clásico como Tito Mora. Ni tan moderno como Los Brincos. El justo término para gustar a madres e hijas. Gordillo aprovecha el tirón. "En la radio no le daban cancha, así que hicimos televisión y cine, y lo demás vino solo", recuerda. La mili no fue problema. Paco sacaba al Niño del cuartel con permiso del teniente coronel y lo llevaba al plató de Gran parada con el rapado de recluta oculto bajo una peluca esculpida por un barbero de Gran Vía. La bola crece.
El caché, también. Al primer millón de Benidorm siguen las 300.000 pesetas de Las gemelas (Antonio del Amo, 1962), su primera película. Para la segunda, Cuando tú no estás (Mario Camus, 1966), Gordillo pidió -y logró- tres millones. El altavoz del cine funciona. Bermúdez, el capo de la gran oficina de representación de la época, le ficha. Los sesenta y setenta son los años de Raphael. El combo Martos-Gordillo-Alejandro emprende la conquista de América. Giras apoteósicas en las que Paco tenía que sacarle de los aeropuertos disfrazado de mecánico para rescatarle de las fans. Tiempos en los que los empresarios mexicanos hacían cola en la suite de Gordillo para contratar al Niño a razón de 10.000 dólares en metálico la gala. Días en los que Anastasio Somoza enviaba a sus esbirros a su hotel para conminarle a actuar -gratis- ante sus ministros y señoras. "A ver quién no iba".
El Ministerio de Cultura de la URSS le invita a los gigantescos teatros del pueblo soviético. Los templos escénicos de Londres y París le solicitan. Brian Epstein, manager de The Beatles, le ve en casa de Bermúdez y le lleva al Madison Square Garden. "Recuerdo el anuncio de The New York Times: 'Brian Epstein presents Raphael': una página en blanco con letras de máquina. Minimalista. Siempre fui un adelantado", se retrata el aludido.
-¿Qué cree que le da al público de medio mundo para tenerlo de su parte?
-Pura emoción. En mí no hay pose, nada estudiado. No soy artista de espejo, por eso hago tantas burradas. Doy evasión. Mi poder siempre ha sido llegar al corazón de la gente.
-Pero usted no sesea al hablar y, sin embargo, canta "viejo surrón, ropopompón".
-[Ríe] Hay otra mejor: "Abrasados alegres crusan la siudad". ¡Iban envueltos en llamas!, ja, ja. La ese es un chip que me sale al cantar. Gracias a Dios olvidé el poco solfeo que aprendí. Fantaseo con el sonido. Nunca estoy en la nota, la bordeo, y ahí está la gracia.
Raphael es rico y famoso a los 25. Viste los trajes que le corta Cristóbal, el sastre de moda en Madrid. Le ha comprado a su madre una casa y él vive en un apartamento. Solo. No se le conoce novia. "Las mujeres se le tiraban, pero nunca tocó a una fan. Decía que si lo hacía, dejarían de serlo. Con los años he dicho, joder, qué tío más listo", revela su ex manager. Gordillo -que también representó a Marisol y a Rocío Jurado y admite que Raphael es con quien más dinero ha ganado- certifica la alergia a la ostentación de su patrocinado. Raphael era un tipo tranquilo. Solitario. Adicto al trabajo. Ni siquiera se compró el reglamentario Mercedes de triunfador.
En 1968 Raphael conoce en una velada a Natalia Figueroa. La primogénita del marqués de Santo Floro, nieta del conde de Romanones, es una aristócrata atípica. Sofisticada, culta, cosmopolita, Figueroa permanece soltera a sus 30 años y frecuenta a la élite intelectual como periodista del diario Pueblo y de TVE. El noviazgo causa sensación en la calle y un terrible disgusto en casa de la novia. Raphael no es ningún descamisado, pero el marqués, un refinado caballero que escribía en francés, no aprueba la relación. Los novios aguantan y, tras una cumbre en la que el pretendiente "pone las cartas sobre la mesa", obtienen el sí de papá. Gordillo se encargó de organizar la boda en Venecia en 1972.
Pocos apostaban por el futuro de una pareja que ya ha casado a sus tres hijos. Los Martos-Figueroa han criado a sus vástagos lejos de los focos. Alejandra -restauradora del Museo Thyssen-, Jacobo -realizador de televisión- y Manuel -cantante del grupo Mota- son tres treintañeros con su propio oficio y beneficio que ya les han hecho abuelos.
-¿Su boda fue una especie de alianza entre dos aves raras en sus respectivos entornos?
-De dos currantes, mejor. Pero sí, siempre he sido un desclasado. Al principio y al final. Siempre buscando mi sitio. Natalia es el saber estar en este mundo. Ella siempre sabe qué hacer, administrar la vida, los tiempos, todo. Mi casa es un matriarcado, y ella, la matriarca.
-Ha ganado mucho dinero por el mundo, pero no tiene yate, ni jet, y ha mantenido un perfil social discreto. ¿Y esa austeridad?
-Yo soy muy Séneca. Un andaluz sentao, como mi padre. No necesito barcos ni aviones. Todo lo que he ganado lo he invertido en mi carrera, que es la pasión de mi vida. Y respecto a lo otro: estoy trasplantado, pero no ciego. Claro que sé lo que hay por el mundo, y no me interesa. Yo cuido mi gallinero.
A finales de 2002, Raphael vivía una esquizofrenia. En público se desdoblaba cada noche entre el doctor Jekyll y míster Hyde en el teatro. En privado se sentía morir. La hepatitis B que le diagnosticaron en los ochenta iba a más. "Estaba aterrorizado, no me quería enterar de qué vaina me pasaba. No dije nada a nadie hasta que no pude más y confesé. Me dijeron que era una cirrosis terminal y que la única salida era un trasplante. Sentí pánico".
-¿Pensó que iba a morir?
-[Se emociona]Pasé un infierno solo antes de decirlo. Al principio dije que no al trasplante. Estaba tan mal, tan cansado, que quería terminar, irme tranquilo. Odio molestar. Hasta que se me apareció San Enrique.
El doctor Enrique Moreno, premio Príncipe de Asturias de Investigación y jefe de cirugía del Hospital 12 de Octubre de Madrid, recuerda la conversión. "Llegó en muy malas condiciones. Dada su gravedad, aceptó ponerse en lista de espera incluso para recibir un hígado contaminado. Al final, después de estudiar y descartar a sus hijos y a algunos allegados que estaban dispuestos a donarle parte del hígado, agotó su turno en la lista de espera y hubo efectivamente que trasplantarle un órgano con virus B. De hecho, además de la medicación antirrechazo, el señor Martos ha de tomar globulina contra el virus, que, afortunadamente, no se ha replicado".
Moreno rechaza las insinuaciones de que en el caso de Raphael, u otras personas con influencia, se pueda adelantar puestos en la espera de un trasplante. En 2007, sin ir más lejos, murieron 175 personas aguardando un hígado que no llegó. "Raphael logró aguantar hasta su turno, pero no se puede jugar con las esperanzas de la gente".
Desde la noche del 1 al 2 de abril de 2003, cuando Moreno le implantó su hígado nuevo, el despertador suena a las ocho en casa de los Martos. Es la hora de la píldora inmunosupresora que evita el rechazo al órgano ajeno.
Del otro rechazo no hay noticias. La nómina de artistas que cantan en su disco es un repaso a la música en español desde los años sesenta hasta hoy. Está Olvido Gara, la niña mexicana que a los cinco años pidió a su padre Digan lo que digan (1968), el primer disco de su vida. "Hubo que comprar el disco y el tocadiscos", recuerda Alaska, devota de Raphael desde entonces. "Sólo sabía que me fascinaba. Luego racionalizas: es expresivo, apasionado, para nada del montón. Un artista independiente con una carrera fantástica, original, que no ha dejado de grabar discos nuevos. Es cierto que en una época, cuando gente como nosotros le reivindicábamos, había quien se ofendía. Eso es muy de este país. A ver quién les negó méritos a Sinatra o a Tom Jones. Pero ahí lo tienes, mejor que nunca. La venganza se sirve fría".
Víctor Manuel es otra de las estrellas invitadas. Y Miguel Ríos. Y Sabina. Y Serrat. Todos han trabajado juntos. Todos menos el homenajeado. "Siempre fue un solitario, no lo imagino compartiendo escenario", dice Víctor Manuel. "Ahora está más cercano, comunicativo, la enfermedad lo ha humanizado. Se ha sido injusto con él. Los medios, también: le dais páginas a gente irrelevante como Luis Miguel o Paulina Rubio y a él no. Cuando salió era alguien absolutamente nuevo, con un repertorio excelente, un gran artista. No creo que fuera filofranquista. Fue un situacionista, un pragmático. Y dignificó la profesión. Los que llegamos después teníamos váter en el camerino porque lo había exigido Raphael".Víctor quiere revelar un secreto. "En la huelga de artistas de 1975, uno de los que actuaron gratis para ayudar a los sancionados fue él. Además donó 100.000 pesetas de su bolsillo. Él no quiere que se sepa, pero yo sí".
El empresario teatral Enrique Cornejo da fe del nivel de exigencia de su amigo y coetáneo: "Raphael es una estrella. Pide lo básico para él y lo máo para su trabajo. Pero compensa: es garantía de lleno seguro".
El último capricho del artista ha sido pedirle a Sabina un tema, otro traje a medida. El sastre tomó medidas. He aquí el estribillo:
"Cincuenta años después / yo sigo siendo aquél / le dijo al doctor Jekyll míster Hyde / tan joven y tan viejo / buscando en el espejo / mi look de Peter Pan / y Dorian Gray.
-¿Le ha gustado el traje? ¿Cómo le sienta?
-Como un guante, hija mía. Ése soy yo, manque me duela.
Raphael: 'La gente tiene que verme bien hasta el final'
Prensa Asociada
Tuesday, March 31st 2009, 2:43 PM
MIAMI — Lo que para algunos es un defecto, para Raphael es a veces una virtud a la que atribuye en parte sus 50 años de carrera profesional: ser "muy autocrítico".
Y tal vez porque es tan exigente consigo mismo asegura que el público no lo verá nunca mal ya que sería "el gran fracaso" de su vida.
"Soy una persona que nunca está contenta con lo que hace", expresó Raphael el martes en una entrevista.
"El problema es que soy muy autocrítico. Antes que me digan nada, yo ya he criticado. Yo me pongo el listón muy alto, muy alto", manifestó el artista, que comenzó cantando a los cuatro años en coros de iglesias españolas.
Raphael, que se define como un "intuitivo total" y un artista que no se fija metas ni piensa en el éxito, está festejando por adelantado las bodas de oro de su carrera profesional que comenzó en 1960.
Las celebraciones incluyen el lanzamiento de su disco "Raphael, 50 años después" el martes en Estados Unidos y Puerto Rico, y el inicio de una gira de conciertos que lo llevará por Buenos Aires, San Juan de Puerto Rico, Nueva York, Miami, Bogotá, Guadalajara y México, a partir del 14 de abril.
El concierto de Nueva York será el 1o de mayo en WAMU Theater at Madison Square Garden.
El disco, que fue lanzado ya en diciembre en España y América Latina, pareciera más un homenaje que él le hace a otros cantantes iberoamericanos ya que la mayoría de las 20 canciones las interpreta con 21 artistas reconocidos de diferentes generaciones de la música en español.
Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, David Bisbal, Juanes, Ana Torroja, Rocío Jurado, Ana Belén y Víctor Manuel, Miguel Bosé, Rocío Jurado, Vicente Fernández, Armando Manzanero, Rocío Dúrcal, Paloma San Basilio y José Luis Perales, son algunos de los cantantes que comparten el nuevo disco de Raphael.
Con excepción de "Escándalo" y el tema homónimo al álbum, escrito e interpretado junto a Joaquín Sabina, todas las canciones han sido popularizadas por los artistas que colaboraron en el disco.
Tal vez por esa misma autoexigencia a la que está acostumbrado, Raphael admitió que el álbum podría ser mejor, aunque expresó que lo dejó muy feliz.
"Se que se puede hacer mejor, siempre se puede hacer mejor", dijo el artista entre risas, al ser consultado si quedó satisfecho con la grabación.
"La verdad es que es el disco que más contento he quedado porque es un disco compartido, 20 veces compartido, entonces cada canción es una aventura y ha sido una experiencia muy bonita, diferente, porque cada uno tiene su sello", respondió esquivando la pregunta de qué parte del álbum podría estar mejor.
Raphael — que ha grabado más de 50 discos de larga duración en español, italiano, francés, alemán, inglés y japonés— explicó que actualmente está grabando 10 canciones más con otros artistas para ampliar el disco que ya está en el mercado y sacar una versión doble antes de que termine el 2009, junto a un DVD.
La vida, las ganas de vivir, la ilusión, inspiran al artista español, que tiene 326 discos de oro, 49 de platino, y uno de uranio por ventas de más de 50 millones de copias.
"Todo se puede resumir en una palabra: ilusión para hacer cosas. Mientras exista la ilusión en mí, existirá Raphael", expresó el cantante, y dijo que aunque ya lleva una prolongada carrera siente siempre una pasión especial al cantar.
"Todos los días son para mi el primer día y el último. Es siempre esa pasión cuando haces las cosas que parece que es la primera vez que haces las cosas y la última que las vas a hacer porque no te reservas nada para el día siguiente", sostuvo el cantante, de respuestas acotadas y hablar apresurado.
Aunque asegura que no ha planificado su carrera porque en su caso es "todo intuición", de algo sí está seguro por anticipado: que el público no lo verá decayendo.
"El día que note que no puedo hacer bien lo que hago, que es entregarme a la gente como me entrego, ese día cerraré el capítulo y será redondear bien esta carrera", manifestó.
"A mi el público no me va a ver mal nunca, porque sería el gran fracaso de mi vida. A mi la gente tiene que verme bien hasta el final, hasta el día que me vaya de vacaciones".
Raphael, transplantado de hígado con éxito
La intervención se hizo necesaria por la grave hepatitis que padecía el cantante
AGENCIAS Madrid 2 ABR 2003 - 12:52 CET
Rafael Martos Sánchez, más conocido como Raphael, se recupera en el Hospital 12 de Octubre de Madrid tras la operación de transplante de hígado a que fue sometido esta madrugada. Su estado de salud es "estable, esperando poder retirarle la respiración asistida en las próximas horas", ha explicado el doctor Enrique Moreno, director del equipo médico que realizó la operación.
Moreno es el jefe de cirugía digestiva del hospital y ha sido Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Médica. El médico abandonó una cena profesional para desplazarse urgentemente al hospital y operar al cantante al disponerse ya del órgano adecuado.
En el momento de emitir el parte médico, el "injerto trasplantado funcionaba con normalidad" y aunque "en un 100 por cien de los casos se produce el rechazo, actualmente a través de los inmunosupresores el rechazo agudo es poco frecuente", ha dicho Moreno. El cantante se recupera en la UCI y está consciente.
Larga carrera de éxitos
Casado con la aristócrata Natalia Figueroa, Raphael, uno de los más populares cantantes españoles, tiene tres hijos. Se dió a conocer en las primeras ediciones del Festival de la Canción de Benidorm con la canción Llevan. Posteriormente intervino por dos veces en el Festival de Eurovisión con las canciones Yo soy aquel, que le dio mucha popularidad, y Hablemos del amor, también muy conocida.
También es muy conocido por su versión en lengua española de la canción El tamborilero. Su último gran éxito de canción ha sido Escándalo.>. Ha actuado varias veces en el teatro. La última tuvo lugar con la comedia musical Jekyl y Mister Hyde, en la que interpretaba ambos personajes y con la que permaneció largo tiempo en un teatro de Madrid. Ha protagonizado también algunas películas.
Raphael continúa a la espera de un inminente transplante
Raphael fotografiado cuando se dirigía al cine en compañía de su esposa, Natalia Figueroa. El popular cantante está a la espera de esa inmminente operación que pueda solucionar todos su problemas hepáticos ocasionados por una antigua hepatitis mal curada
Raphael no pierde la esperanza ni el optimismo a la espera de un donante que pueda solucionar sus problemas de salud
A lo largo del pasado mes de febrero y lo que va de éste, el popular cantante Raphael, como hemos venido informando, continúa a la espera del inminente trasplante de hígado que necesita tras la enfermedad hepática que padece como consecuencia de una hepatitis mal curada. Y decimos que continúa aguardando, puesto que en un principio se vio la posibilidad de que su familia más cercana, es decir, su esposa, Natalia Figueroa, y sus tres hijos, Jacobo, Manuel y Alejandra, pudiesen ser donantes. Sin embargo, y tras someterse a las pruebas pertinentes para determinar si podían donar al artista un lóbulo (porción apreciable por separado) de su hígado, finalmente no pudo ser, ya que todos ellos mostraban incompatibilidad, lo que supondría un rechazo si el trasplante se realizase.
En la lista de espera para ser transplantado
Ante la situación, Raphael, sin perder en ningún momento la esperanza y el optimismo, se puso en la lista de espera para recibir ese hígado que necesita. La operación va a ser llevada a cabo por el equipo del profesor Enrique Moreno González, que le ha venido tratando desde que se presentó la enfermedad, en el madrileño hospital Doce de Octubre. Una espera que, como decíamos, Raphael y su familia han venido llevando con el mayor de los optimismos, pero también con la lógica resignación que toda forzosa espera conlleva.
Un ánimo y una fuerza envidiable
Pero mientras el momento del trasplante llega, el artista y los suyos intentan continuar, en lo que cabe, con su vida normal. Desde que se conoció públicamente su delicado estado de salud han sido innumerables y constantes las muestras de cariño que Raphael ha venido recibiendo. Todo ello, unido al constante apoyo y amor de su familia, ha sido la mejor de las medicinas para esta espera, y la fuerza para continuar luchando con un ánimo y una predisposición envidiables. Si no, basta con ver las imágenes que les mostramos en este reportaje, donde Raphael aparece cuando, estos días, acudió a dos sitios distintos. El primero, a la salida del cine, al que había ido con Natalia para ver la última película de Nicole Kidman, nominada para 11 Oscar de Hollywood. Llevaba el cantante gafas de sol y su inseparable bufanda roja, de la que parece no querer apartarse en las últimas semanas. Dicen los más allegados que Raphael no ha perdido ese excelente sentido del humor del que siempre ha hecho gala, que es quien más tranquilo está y que, por si fuera poco, Noticias relacionadas
Raphael continúa a la espera de un inminente transplante
Raphael continúa a la espera de un inminente transplante
presume de ser capaz de recuperarse más rápidamente de lo que los médicos le pronostican.
Raphael regresó a los escenarios arropado por todos sus amigos
Raphael y Natalia Figueroa abandonan el Teatro de La Zarzuela una vez finalizado el concierto
El matador Curro Romero y su esposa, Carmen Tello, que mantienen con Raphael una excelente amistad
Numerosos amigos y compañeros de profesión
Y mientras Raphael esperaba entre bambalinas a que se levantara el telón, la entrada de teatro era un ir y venir de rostros conocidos, representantes políticos, compañeros de profesión y amigos queridos que quisieron alentarle con su presencia.
Y mientras Raphael esperaba entre bambalinas a que se levantara el telón, la entrada de teatro era un ir y venir de rostros conocidos, representantes políticos, compañeros de profesión y amigos que quisieron alentarle con su presencia. La mayoría destacó su coraje, valentía y profesionalidad.
Allí estuvieron la ministra de Cultura, Educación y Deportes, Pilar del Castillo, el ex alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano con su esposa, María Eulalia, el presidente del Partido Popular en el País Vasco, Carlos Iturgaiz, Sabino Fernández Campo, Lina Morgan, que llegó con Raúl Sender, Carmen Sevilla, Moncho Borrajo, Paquita Rico, Raffaella Carrá y Rocío Durcal, que apenas dos días antes había triunfado también en el teatro Lope de Vega.
Tampoco faltaron a su cita con el cantante, Luis Cobos y su novia, Natalia, Curro Romero y su mujer, Carmen Tello, Rocío Jurado y José Ortega Cano, Moncho Borrajo, Antonio Mingote y su mujer, Isabel, Santiago Segura, Isabel Gemio, y Alaska, que llegó con su marido, Mario Vaquerizo.
Minutos antes de que comenzara el concierto, María Teresa Campos destacó su importancia: "Va a ser emocionante, de esos momentos inolvidables. Me pregunto cómo estará él y cómo nos sentiremos nosotros en el momento en el que se levante el telón" y añadió: "Es el bautizo de este nuevo artista que nació hace unos meses y se ha reencarnado pero con la ventaja de tener la sabiduría de una experiencia anterior". Y Paloma San Basilio brindó su apoyo al Noticias relacionadas
Raphael regresó a los escenarios arropado por todos sus amigos
artista: "Estamos aquí para decirle que está estupendo".
Зарегистрирован: 18.01.2011 Сообщения: 13342 Откуда: Санкт-Петербург
Добавлено: Ср Сен 12, 2012 11:28 pm Заголовок сообщения: Raphael y el renacimiento_06/2009
Raphael y el renacimiento_06/2009
Sandro Romero Rey
Más que un placer culpable, lo que siente el autor de esta confesión por el rutilante cantante español es una especie de adoración desvergonzada y ruidosa. A continuación, un retrato del ídolo desde el amor sordo del fanático.
No puedo arrancarte de mí
No puedo arrancarte de mí
Me aprietas el alma
Me arañas el sueño
Me envuelve tu aliento al vivir...
(Manuel Alejandro)
Ser o no ser aquel
¿Cómo puede un amante de Shakespeare llorar después de oír cantar a Raphael?, me decía un amigo cinéfilo, antes de la proyección en el Centro de la Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) de la película Rafael en Raphael, que inauguró el ciclo denominado “Cultura Basura” en el que se incluía, fuera del título sobre el cantante español, obras maestras de Ed Wood, sumadas a la escatológica Pink Flamingos de John Waters (donde el divino Divine termina comiendo mierda de perro tras acariciarle el ano al animal) o la memorable Sextette, último filme de la musa Mae West, dirigido por Ken Hughes, con las impacientes presencias de Ringo Starr, Alice Cooper y Keith Moon, entre otros. Sí. Cultura basura. “Una espeleología del gusto”, aclaraba el programa del exitoso ciclo de cine estival, donde los espectadores gozábamos al aire libre de los excesos y los defectos de los mejores/peores filmes de la historia. Rafael en Raphael es un curioso documental de 1975, desautorizado por su protagonista, dirigido por un tal Antonio Isasi-Isasmendi, en el que, tras testimonios de figuras venerables de la cultura hispánica (desde don José María Pemán hasta El Cordobés), se cuenta y se muestra la gesta del cantante conocido como “El monstruo”.
Es muy posible que nuestro hombre haya vetado el filme justamente por su mayor fortaleza: mostrar sin vergüenza que el mal gusto puede llegar a rozar las puertas del cielo. En realidad, a mí las expresiones “basura”, “mal gusto”, “kitsch” y otro tipo de eufemismos me tienen sin cuidado. El mismo hecho de que haya tomado impulso para escribir sobre Raphael me acomoda mucho más allá de las excomuniones. En apariencia, es un pecado defender a Raphael. Yo, por el contrario, como cualquier peluquero de los años setenta, pecador me confieso. Es una adicción que con el tiempo se va volviendo culpa. Pero que no puedo evitar, porque la melaza del recuerdo se convierte en nostalgia y no queda más remedio que aceptarla. Ahora resultó que también soy adicto a Raphael, al igual que mi madre. Ella, doña Luz Estella Rey, que durante años ha sido cultora de las Bellas Artes con inmensas mayúsculas, que ha pasado su vida dirigiendo teatros como el Municipal de Cali, el Jorge Eliécer Gaitán y el Colón de Bogotá, nunca ha negado que Raphael le conmueve su casi imperturbable buen gusto. Estamos pues ante un caso de adicción heredado. Aunque no sabría decir si fui yo o ella quien inoculó primero el veneno en el cerebelo del otro. ¿Qué fue primero, Jeckyll o Mr. Hyde?
Raphael ha existido desde siempre. Cuando yo era muy niño, en la agotada Cali de los años sesenta, entre las películas con Kirk Douglas o Robert Mitchum, no quedaba más remedio que ir, cada cierto tiempo, al teatro Cervantes, donde se presentaban películas sin subtítulos. Es decir, películas españolas, argentinas y mexicanas. Entre ellas estaban las películas de un joven y sobreactuado cantante ibérico con nombre de pintor. Los títulos de sus filmes los recuerdo sin problema: Cuando tú no estás, Digan lo que digan, El golfo... No me gustaban las películas de cantantes, mucho menos las películas románticas. Y menos me gustaban las películas en las que las protagonistas eran, a conciencia, más feas que el galán de turno. Pero había que verlas porque si no ibas al Cervantes, muy pronto te quedarías sin cine. Raphael me atrapó. Y un detalle adicional: no sé porqué, pero entre los acetatos de mi papá, entre sus discos sagrados de Bach, Mozart, Beethoven, Tchaikovski, Dvorak y Debussy, había siempre un vinilo de Raphael. A mi papá le gustaba y, supongo, entre sonata y cantata le dedicaba a mi madre, no sé, “Cierro mis ojos”, “Hablemos del amor”, “La noche” o “Poco a poco”. Nunca se lo he preguntado a mi mamá, porque con ella no se habla de Raphael. Se va a los conciertos en silencio y se regresa a casa sin secar los lagrimales.
Durante años, en los tiempos en los que mi madre dirigía con mano de hierro los teatros de Cali y Bogotá, siempre se paseó Raphael por sus escenarios. Mi mamá lo recibía con distancia pero con sincera fascinación. Y veía todos sus shows. No sé cuándo fue la primera vez que Raphael vino a Colombia pero sí sé que he perdido la cuenta de las veces que lo he visto porque son demasiadas. Mi mamá lo veía por su lado, desde su discreto palco central, y yo me acomodaba como podía en el palco de avant-scène. Me gustaba verlo tomando impulso desde la lateral. Raphael siempre ha salido a escena atropellando al universo, vestido de negro, con una sonrisa de actor de otros tiempos, acompañado de una orquesta que siempre le queda pequeña, tronándole al mundo sus canciones frente a un micrófono que no necesita, aullando con su voz infalible durante tres, cuatro minutos, hasta que el público lo recompensa con aplausos exagerados. Sí. Todo es exagerado en una presentaciónde Raphael. Porque Raphael nació y sigue existiendo para ser exagerado: su presencia escénica, su expresión corporal, la ubicación de su garganta, sus trémolos de golondrina, el repertorio inacabable, las tres o más horas que dura cada una de sus ceremonias. Raphael es un ejemplo de cómo se puede ser superlativo en la vida y de cómo se es orgulloso manteniéndose inmenso. Sin vergüenza. Feliz con su desmesura.
Vi a Raphael una, diez, veinte veces. Lo admiraba, lo envidiaba, lo quería tanto en silencio que cuando cumplió veinticinco años de carrera artística casi termino preso y desheredado por culpa de mi fanatismo suicida. La historia es breve y jocosa, pero eterna y terrible en el recuerdo: Raphael, por agüero de estrella nocturna, siempre se presentaba de negro hasta los pies vestido. En varios conciertos en el Teatro Municipal sorprendió porque salía a escena con un esmoquin blanco. En un momento del show, mientras cantaba “Cierro mis ojos”, se retiraba, pero su voz seguía. Sin que nadie se diera cuenta, Raphael regresaba al proscenio vestido de negro como siempre. Ovación cerrada por su voz y su acto de prestidigitación. Me gustó tanto la travesura del cantante que le propuse a mi amiga fotógrafa Karen Lamassonne que nos escondiéramos en la tramoya del Municipal y le tomáramos algunas fotos de paparazzi a Raphael mientras se cambiaba. Desde arriba, desde el punto de vista de Dios. La imagen debería ser fascinante. Así lo hicimos. Sin que mi madre se diera cuenta, nos escondimos en el techo siniestro del teatro y esperamos a que el concierto empezase. Uno, dos, tres timbres. Oscuridad. El telón se abrió. El monstruo de la canción salió a escena, de blanco inmaculado, sonriendo con sus dientes de leche. Desde arriba oíamos la ovación y poco faltó para que yo también aplaudiera. Karen comenzó a obturar sin descanso. De repente, lo peor. Sentimos los dedos acusadores de varios asistentes que nos señalaban desde abajo. Nos habían descubierto. Y comenzó el operativo. “¡Huyamos, Karen!”, susurré, siempre cobarde. “Todavía no la tenemos” dijo ella, fundamentalista. “¡Ya vienen!”, lloré. Y me imaginé a mi madre castigándome con el látigo que guardaba para los traidores. Comenzó entonces una carrera por los pasillos de madera del teatro. Por fortuna, yo conocía todos los huecos del Municipal de Cali. Y allí, entre las madrigueras donde se esconde ahora el fantasma de Mr. Fly (¿debo explicar que se trata del tramoyista que protagonizó el ya mítico film Pura sangre de Luis Ospina?) conseguimos huir de los feroces asistentes del genio de Linares. Las fotos deben estar por ahí. Raphael, por supuesto, no se ve en ellas: se ve su aura. Los años han pasado: 25 años después, es decir, 50 años desde que Raphael comenzó a cantar, he decidido, yo también,cumplir 50 años. Y cuando pensaba que mi adicción había terminado para siempre, el muy miserable ha decidido regresar a Bogotá para celebrar sus cinco primeras décadas. No tuve que llamar a mi mamá. Jubilada y jubilosa, más allá del bien y del mal de los teatros, tenía listas las boletas, porque el fiel empresario de Raphael se las proporciona sin que ella las solicite. La ventaja de los adictos es que siempre hay un dealer benévolo que no nos desampara.
Cincuenta años sin cuenta
El problema principal con Raphael es que no se puede explicar la emoción de sus conciertos. Porque Raphael es lamentable en la televisión y poco fascinante en sus discos. Pero en vivo es una experiencia que colinda con lo sobrenatural. Ya dije que sus shows trascienden las tres horas, incluso ahora, después de la operación en la que le cambiaron el hígado. ¿Alguien sabe de quién es el hígado de Raphael? Es muy probable que le perteneciera a alguno que repetía sin cesar que Raphael le caía al hígado, aunque el chascarrillo no sea muy afortunado. Castigo de Dios. El impacto visceral de sus presentaciones es muy complejo y se acerca sin timideces con el más allá. Como son viajes de nunca acabar, uno tiene el tiempo suficiente de emocionarse, de llorar, de aburrirse, de burlarse, de sufrir, de querer irse, hasta que el Espíritu Santo se acomoda en nuestros esfínteres y es mejor no tratar de escaparse. Para qué. Raphael es mejor tomarlo que dejarlo. Y cuando se asume, lo ganamos todo. Raphael puede ser el mejor ejemplo de aquello que en otros tiempos se llamaba la pachuquería. Pero es una pachuquería sin contemplaciones, sincera, violenta, atrabiliaria.
Luego de una de sus presentaciones en Cali, Raphael debía ir a Medellín y regresar dos días después a una función adicional. En el interregno, estaría en el Municipal el mimo francés Marcel Marceau. “Quiero que le pidas a Marcel una foto autografiada”, le dijo el Monstruo a mi mamá. “Dile que una de mis fuentes de inspiración ha sido él”. Marcel era Marceau, por supuesto. ¿Bip, modelo de cantantes? Así parece. Y, por supuesto, vi a Marceau, mi madre hizo la tarea y, dos días después, Raphael se paseaba con su caminadito de moonwalker, jugueteando a ser actor de vaudeville, tomándose un respirito, para luego atacar a mimos una de sus grandes baladas sin aliento. Allí es donde radica su genio. Raphael es un gigante cuando se desprende de la compostura y se lanza al vacío profundo de su voz, actuando las canciones que intentan capturar el dolor. En esos momentos no tiene rival. Su figura se infla como una basílica y deja al resto de los mortales trapeando el piso con sus propias lágrimas. Todos lo saben. Amigos y enemigos. Por eso, en el disco de sus 50 años comparte crédito con ángeles y demonios. Con Joaquín Sabina y con Enrique Bunbury. Con Joan Manuel Serrat y con Alaska. Con Ana Torroja y con Miguel Bosé. Hasta Juanes se da el lujo de gemir al alimón su “Volverte a ver” con el inmortal. Parece que a Raphael le dio risa que su más reciente disco se llamase La vida es un ratico. El álbum (y el DVD) de los 50 años es una constatación, un homenaje y, de cierta manera, una coronación. A Raphael se le perdona todo, hasta el hecho mismo de creerse Raphael. Pero todos lo celebran en España y en América.
A los seres humanos nos llega el momento de salir del clóset. En mi caso, ya no me siento mal diciendo que gozo con Raphael. Nunca me ha gustado el deporte denominado “bala a la balada”. Me gusta la tristeza enlatada. Raphael se inventó la fórmula para llevar su voz a la estratosfera y así convertirse en el Caruso de los pobres. Cuando el caballero sale a escena con su sonrisita de fin de semana y ahoga el aire con sus aullidos de lobo herido, le damos gracias al mundo por habernos despertado, pues Raphael se convierte en sinónimo de misterio, de asfixia feliz, de remedo de Dios. No. No hay necesidad de dar demasiadas explicaciones. No existen. Raphael es como la ópera en la televisión: fatal. Para descubrir la verdadera belleza, la profundidad sin límites de uno y otra, hay que ser testigo en tiempo y alma. No se puede llorar con Raphael en YouTube, como no se puede gozar La Bohème en una pantalla de plasma. Hay que pagar la boleta y correr el riesgo de estar adentro. En el teatro. En La Bohème y en Raphael.
Pero, ¿es posible defender hasta la saciedad eso que llaman “el mal gusto”? Ahora que citamos a YouTube descubro, para mi dicha, que allí se encuentra uno de los mejores fragmentos de Rafael en Raphael. El momento en el que el cantante interpreta la canción “El indio”, versión de uno de los clásicos de Gilbert Bécaud, ese Raphael de los franceses. Allí, nuestro cantante acaba con todos los estereotipos. Mejor dicho: los asume. Sin temor alguno, se convierte en Marcel Marceau y en Marcelino Pan y Vino, lo acompañan coros à la Motown, mientras se convierte en una especie de Juana de Arco setentera.
Mucho se ha hablado del amaneramiento de Raphael. Se dijo que su matrimonio con Natalia Figueroa fue una pantalla para camuflar su irreprimible mariconería. Raphael, en lugar de salir a los cuatro vientos a inventarse su machismo, se divierte multiplicando su plumaje hasta convertirse en una invencible dama de zarzuela. Raphael no le teme a Raphaëlle. Nunca le ha temido a las hordas de la ira, como no tuvo ningún problema en cambiar su Rafael original por un pictórico Raphael, para agradecer con un ph al sello Philips todo lo que hizo por él en los sesenta. Como el cantante sabía que tarde o temprano su radio sería Philips, Raphael se le adelantó al destino y terminó convertido en un hombre (que es un nombre) del Renacimiento.
Pero yo (y vuelvo a la primera persona porque de ella no saldré), que desde niño he pertenecido a la Hermandad Prerrafaelita, volví a Raphael en Madrid cuando, en el año 2000, el artista decidió correr un nuevo riesgo y se empeñó en volverse protagonista de una versión del Doctor Jeckyll & Mr. Hyde en el teatro. Creo que pocas veces había sufrido tanto. Raphael se descomponía durante más de tres horas, como un torero embestido, tratando de sacar lo que no podía, haciendo trizas lo que antaño fueron trazos. Es terrible cuando Raphael se toma en serio. La voz se le descascaraba entre las capas de maquillaje de Mr. Hyde, hasta el punto de que el monstruo de la canción terminaba escondiéndose en una cruel caricatura del monstruo de Stevenson. Salí del teatro jurando que ya había cumplido mi misión con sumisión en esta tierra y que ya a Raphael debería chulearlo para siempre. Pero la nostalgia vence lo que la dicha no alcanza. Tres años después, cuando ya todos juraban que el transplante de hígado iba a convertir al cantante de Martos en una especie de remedo de la Emulsión de Scott, Raphael reapareció en su tradicional programa de televisión de Año Nuevo, cantando durante horas y horas como si nadie le hubiese tocado las entrañas. Por supuesto, a todos los fans vergonzantes de Raphael nos dio vergüenza. “Juro que no morí”, gritó con Paul McCartney. Así que, al regresar a Colombia, le dije a mi madre que no iba nunca más a reprimirme con los shows de Raphael. En 2006, al presentarse en su gira denominada Cerca de ti, me fugué con doña Luz Estela al Teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá, a un espectáculo de horas en el que el cantante solo se apoyaba en un pianista y en su ego de tiranosaurio. Cantó como nunca y ambos, madre e hijo, nos quitamos el sombrero. Qué tal. Mi mamá quejándose de dolor de espalda y yo quejándome por haber nacido, mientras Raphael pirobeaba sobre el escenario como si los hígados los regalaran en las piscinas de Liverpool.
El ritual se ha repetido hoy, en el mes de mayo de 2009, cuando Miguel Rafael Martos Sánchez, conocido como “El Niño”, nacido en Linares, provincia de Jaén (España), decidió cumplir sus 66 mayos en Colombia (el hombre nació el 5 de mayo y su concierto de Bogotá fue el 6). En esta ocasión el asunto fue mucho más difícil, pues me tocó llevar a mi madre hasta las escalinatas humillantes del Coliseo (no tan) Cubierto El Campín. La noche anterior yo había estado en ese mismo sitio en un concierto de heavy metal (por supuesto sin mi madre). El grupo se llamaba Heaven And Hell. 24 horas más tarde (pensé que el monstruo se iba a lanzar con su éxito “Orgullo de metal”), Raphael atravesaba el cielo y el infierno con su espectáculo inacabable, empezando con los “Cantares” de Serrat-Machado y terminando canonizado por la muchedumbre. 66 años. Menos mal que no le dio por cantar una versión de “When I’m 64” de los Beatles. Ni les cuento lo que es el monstruo cantando en inglés.
Y los recuerdos me asaltaron. Mientras mi mamá, escondida en una bufanda púrpura, canturreaba las melodías salomónicas de Raphael, recordé una tarde en que me tocó llevar en jeep al cantante al Teatro al Aire Libre Los Cristales para que diese un concierto gratuito, como lo obligaba la ley. Raphael fue sin problemas, porque a él lo único que le gusta en la vida es que lo miren cantar. Allí levita. Recordé que mi mamá me contaba que al cantante le gustaba tomar sopa de repollo después de los conciertos y le gustaba conversar hasta altas horas, mientras sus asistentes se dormían sobre los laureles del Monstruo. Dioses. Raphael me persigue. Debe ser una maldición. Ahora que el joven cumplió 50 años cantando y el cronista de estas líneas celebrará otros tantos aguantando, creo que ha llegado el momento de decir que “el mundo es el de siempre/ pero yo/ lo veo diferente/ cuando tú no estás...”.
¿Cómo puede un amante de Shakespeare llorar después de oír cantar a Raphael? Traté de explicarle a mi amigo cinéfilo las razones de mi loca pasión. O pasión de loca, como quieran. Traté de cantarle una rápida antología al oído, desde “Yo soy aquel” a “Yo sigo siendo aquel”. Pero mi amigo cinéfilo no aceptó las explicaciones. Sin embargo, cuando salimos de la función de medianoche en el CCCB, cuando Rafael en Raphael terminó derritiendo la bombilla del proyector, mi amigo cinéfilo entendió mi encanto. Ahora, no me lo soporto. Se la pasa comprando viejas copias en VHS de las películas del Monstruo en los anticuarios del Barrio El Raval. Incluso ha intentado proponerme que quiere viajar a Colombia para conocer a mi mamá. Yo me he negado de plano.
Часовой пояс: GMT + 4 На страницу Пред.1, 2, 3След.
Страница 2 из 3
Вы не можете начинать темы Вы не можете отвечать на сообщения Вы не можете редактировать свои сообщения Вы не можете удалять свои сообщения Вы не можете голосовать в опросах